Ayer tuve el honor de asistir al penúltimo concierto de Joan Manuel Serrat. Para los que estábamos allí, la gran mayoría nacidos entre los 50 y los 60 del siglo pasado, toda una revolución de idealistas frustrados fue mucho más que un concierto. En cada canción retrocedíamos a momentos significativos de nuestras vidas en las que uno de los más emblemáticos juglares -en el sentido genuino del término- nos elevaba hasta casi tocar el cielo, porque todo parecía posible con lucha y convicción.
Serrat transitó con sus canciones desde la guerra civil, a la postguerra franquista y a una actualidad rabiosa, con temas compuestos hace cincuenta años. ¡Impresionante! Y a la vez, decepcionante, porque te apercibes que sustancialmente la imbecilidad humana no ha variado un ápice: ni el egoísmo, la vanidad, el afán de poder y el desprecio de los desheredados.
También hubo momentos nostálgicos, melancólicos cuando cantaba nuevamente esas…
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